Autorretrato.

Al retratarme me doy cuenta que realmente soy lo que está detrás de este cuerpo, lo que no se ve, lo que no se toca, lo que paradójicamente no puedo dibujar.
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Soy eso que no se puede nombrar, eso que no tiene forma y que habita el espacio de mi cuerpo terrenal.
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Este dibujo es una versión subjetiva de la máscara con la que he venido a la tierra.
Soy y no soy yo.
Este es un traje con fecha de vencimiento,
eventualmente se desvanecerá.
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Mi cuerpo existe, mi SER le da vida.
No somos nuestro cuerpo terrenal.
Somos lo que lo trasciende.
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Recordemos que el cuerpo físico tiene fecha de caducidad. He ahí la importancia de alimentar el alma, lo intangible que da vida al cuerpo, eso que, otra vez, no se puede nombrar, y que a su vez es inmortal.
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Visitemos seguido el “gimnasio espiritual”.
Enriquezcamos al SER que habita este templo temporal y crezcamos como lo que realmente somos: seres de luz, seres de Dios, seres que vinimos del más allá a la tierra, para servir, para amar.
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Al momento de morir, cosecharemos los frutos de ese cultivo, y eso que no se ve será lo que somos, lo que siempre nos acompañará.